24 nov 2017

Y sin derechos de autor

Quiero hablar de un aedo que vivió como hace 30 siglos, y creo no equivocarme. Era corriente que en los plazas públicas, banquetes y festejos de la Grecia antigua aparecieran estos poetas épicos que hacían solazarse a los asistentes con el relato oral de las hazañas de los héroes griegos. Este aedo que digo conocer, nació con el nombre de Melesígenes, en Esmirna, hijo de una tal Creteida, y tuvo la desgracia de quedarse ciego, por una enfermedad que ni el mismísimo Herodoto menciona. Este hecho provocó dos cosas, una que encarrilara su vida como recitador de poemas y otra que cambiara su nombre de pila por el de Homero (variante que dicen de ὁ μή ὁρῶν, el que no ve). Con el tiempo, creó un corpus literario que ha llegado hasta nuestros días y, sin duda, es considerado con justicia uno de los grandes de la literatura. Lo dicho, era un aedo. Llegó lejos, mucho más lejos que otros muchos.
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