Se muere sólo una vez
Era un día cualquiera, de esos que esperas ver transcurrir sin
muchas emociones ni traspiés. Pues me equivoqué. Lo que me pasó
fue que, sentado en un banco del Parque del Olvido, perdí
corporeidad, algo así como una abducción que dejó mi vestimenta
como único vestigio de lo que yo había sido. De mi cuerpo, ni
rastro. La policía no quiso intervenir, porque allí no había
cuerpo del delito, eso dijo un comisario, y dejaron el encargo a la
brigada municipal de limpieza. Estos, asombrados por el hecho de que
mi ropa pareciera contener un cuerpo real, tal era su compostura,
llamaron al concejal de cultura para que diera su vaticinio. Y éste
dictaminó que aquello era una performance de algún artista que
buscaba su oportunidad. Y propuso que llamaran a la televisión que
algo ya descubriría. Hasta aquel momento nadie se había percatado
de que allí estaba yo, en cuerpo transparente y alma confusa, pues
no sabía si estaba en el reino de los vivos o de los muertos. El
reportero que primero llegó, me miró a la cara y, como no vio nada,
me acercó el micrófono hasta las narices. Yo proferí unas palabras
para alertar de mi situación y todas me salieron silenciosas, traté
de morder el micrófono e hinqué mis dientes en el aire. Era inútil,
sólo tenía conciencia de mí mismo, pero me faltaba la
materialidad. Todos se retiraron sin dar más importancia a aquellos
ropajes ensamblados de manera misteriosa. Derramé con rabia muchas
lágrimas transparentes y decidí morir. Imposible. Ahora estoy en un
contenedor de ropa, a oscuras, después de que el empleado de la
limpieza me arrojara allí para poder limpiar el parque. Pero, eso
sí, mantengo la compostura y la dignidad. ¿He muerto? Nunca pensé
que morir consistiera precisamente en eso de vagar en espíritu como
alma en pena. Bueno, lo escribo para avisar a los que todavía estáis
vivos, que sepáis, esto es lo que os espera.
_____ o _____
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