Viaje interior

Hoy es 12 de octubre, mañana 13 y pasado, sí, lviernes 14, salgo de viaje. Voy a un sitio muy concreto, a Prioro, un pueblo de la montaña oriental leonesa donde conservan bien las costumbres tradicionales. ¿A qué voy? A nada, huyo de mi vida anodina, de mis demonios, de mis miserias, de mis tibiezas, de mi felicidad aburrida. Necesito ver con mis ojos a otras caras, otros movimientos, rutinas ajenas, palabras perdidas, no sé qué. ¿La hora? Aquí pone que el tren sale a las 9:30 h, de la Estación del Norte con destino a Antequera. ¡Joder! Me he equivocado. Bueno, qué más da, yo quiero viajar, huir de mí mismo, aparcar mi incertidumbre, olvidar.

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Oveja negra pasta en equinoccio

Llegó la primavera, porque lo marcaba el calendario, y aquel día pasó desapercibido. Sin embargo, en un breve lapso de tiempo, apareció más a menudo el sol y toda la naturaleza se puso en marcha. Creció la hierba en las praderas, aparecieron brotes en los árboles, los pájaros comenzaron los cortejos, las flores brotaron en abundancia y la vida explotó a raudales. Pero no todo el rebaño se percató de ello, no, que había un ovino amargado que veía desfilar el mundo en total negrura, no observando en su derredor más que angustia, temor y decepción. Era la oveja pesimista vocacional que no dejaba de quejarse. Menos mal que las demás ovejas del redil, blancas como corresponde a todos los ovinos de buen corazón, hacían lo que les pedía el cuerpo, comer hierba y lanzar balidos al aire para celebrar el paso del equinoccio.

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