No corre, sino vuela

Desde niño quise ser un almanaque, colgado en una pared al que todo el mundo mirara para saber en qué momento vivía. Quise ser calendario de bar, de taller de coches, de sacristía que marcara el inicio de la Cuaresma, de jefe de personal en una empresa, de un periodista deportivo, de un soldado contando sus días de permiso, de un navegante que soñara con el atraque, de una embarazada que midiera sus días antes del parto, de un condenado que esperara su libertad. Quise ser el que medía el tiempo implacable, el que contaba los días que restaban de vida o que acercaban a la gente al final de sus días. Quise ser, eso, el tirano del tiempo, el repartidor de los días y las noches, el de los acontecimientos felices, el de las grandes desgracias. Quise ser eso, el que todo lo ve, el que todo lo predice, el que todo lo ordena. Quise ser de niño el almanaque, calendario, anuario, agenda y dueño y señor del tiempo. Hoy tristemente confieso mi fracaso, no soy nadie. Soy, a lo sumo, un consumidor de minutos, un malgastador de horas, un desperdiciador de días, un testigo del paso rápido de los meses, una víctima de los años. Soy ya, un viejo. Soy efímero.

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Isla de Pascua

Cuando era joven cruzó el Atlántico innumerables veces por cuestiones de trabajo. Según contaba a su vuelta, América era un continente hermoso, extensísimo y sorprendente, tanto, que no descartaba la idea de volver pausadamente en su jubilación y acabar instalándose allí. Y, a pesar de intentarlo seriamente, no lo cumplió, porque cuando quiso hacer realidad su promesa, se asentó en Rapa Nui, una isla chilena perdida en el corazón del Pacífico, a 3.700 kms del continente. Su hijo, desde la vieja Europa, le sacó del error. Que dice la Wikipedia, le aclaró, que es una isla de Chile ubicada en la Polinesia, en medio del océano Pacífico, a 3700 km de Caldera, el punto del continente americano situado en su paralelo. ¡Buaf! De aquí no me muevo, dicen que contestó el interpelado.

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La ilusión de una vida

Puso mucho empeño en ir hacia el sur. Y empezó a viajar siguiendo las informaciones de la gente que encontraba. ¿Dónde está el sur? Era su pregunta recurrente. Y seguía caminando hacia donde le señalaban con el dedo. Atravesó mares, cruzó montañas, vadeó ríos, se perdió en desiertos y, a pesar de todo, persiguió su meta con determinación, sin detenerse, siempre hacia el sur, buscando un lugar que colmara sus ilusiones. Y llegó el día que tuvo que detenerse en un punto donde la brújula que le habían prestado no daba respuestas. Hacía mucho frío.

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