La amistad que nunca muere

Tania, la camarera entró llorando en la cocina del restaurante. El jefe de la sala le preguntó qué era lo que pasaba, ofreciéndole apoyo incondicional desde el primer momento. Nada, nada, soy una sentimental y se desató en un torrente de lágrimas aún mayor. El cocinero ya estaba mirando el comedor y sólo encontró a dos hombres mayores abrazados llorando y dos cachabas en el suelo. Los comensales ofrecían el mismo panorama, aquello no tenía una explicación. De momento, porque se deshizo el misterio enseguida. Por casualidad, en dos mesas contiguas, estaban sentados dos amigos que no se habían visto en los últimos 50 años. Por casualidad uno oyó el nombre del otro: Baudilio. A su vez el otro, por pura intuición y sin esperar respuesta, dijo: Yo soy Honorio. Se miraron, reconocieron los rasgos faciales que todavía quedaban de su juventud y al unísono pronunciaron tres palabras que desataron las emociones: Tú eres... ¡Sííí! Y allí dio comienzo el abrazo interminable y el mar de lágrimas que pudo servir para limpiar toda la vajilla. Aquello duró un rato y acabó en un aplauso del público y en una charla interminable entre los dos amigos a los que la emigración separó. Tania, la camarera, aún lo recuerda como el día más emocionante de su vida laboral.

NOTA: Julín regenta La Raíz 15, en Siero (Asturias). Él cuenta mejor que Juan Badaya esta historia 

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