El niño se puso muy contento cuando encontró una botella semienterrada en la arena de la playa. Enseguida se la llevó al padre que se alegró más, sobre todo cuando descubrió un papel en el interior. Cuando la vio la madre, que estaba bajo una sombrilla y con el cerebro más fresco, impuso la prudencia. No podemos abrirla sin más, a ver si estropeamos el escrito. El marido aceptó, pero no dejó de mostrar una pequeña decepción. Contiene una partitura de música, se quejó. Pues se la llevamos a mi hermana que estudió solfeo, propuso la madre. La llevo yo, gritó el niño. Así lo hicieron. La tía confirmó que era la partitura de una canción y la interpretó con una flauta. Sonaba bien. Por la noche, las dos hermanas trazaron un plan. Llevaron la botella a la playa y sacaron la foto que acompaña este relato. La presentaron luego a la prensa local y, después del revuelo que provocó la publicación, se fueron con la partitura al conservatorio donde ensayaba la JOM (Joven Orquesta de la Municipalidad). Allí sacaron chispas al pentagrama y presentaron una composición musical pegadiza y contundente que daba gusto escuchar. ¡Qué éxito! La familia entera se hizo famosa, pero, por más que lo desearon, nadie les pagó por su hallazgo. Al final el padre impuso el título de la canción: “Las corcheas que Alvarito Navia salvó de un naufragio”. Y así ha llegado hasta hoy.
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