10 nov 2023

Para llorar más que para reír

Silverio es el enterrador del pueblo y cuenta que en una ocasión que hacía un sol de muerte tuvo que excavar una tumba para una inhumación inmediata. Cuando acabó, sudoroso como estaba, se tendió en ella cuan largo era y disfrutó del frescor y la sombra que no encontraba en la superficie. Y cuenta que se durmió. Hasta que un alarido le hizo volver en sí. Eran los deudos del difunto que se acercaban con el ataúd y se asustaron como nunca. Le costó hacerles recuperar la calma, aunque los lloros no cesaron en toda la ceremonia. Lo mejor, cuenta, fue la frase con la que intenté darles ánimo y consuelo. El difunto no va a estar nada mal, lo juro, dice que dijo. 

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