El abuelo es un hombre muy sentimental, un hombre de lágrima fácil. No hay acontecimiento familiar mínimamente emotivo, aconteceres deportivos, películas románticas, noticias dramáticas o amores televisados en los que no se deshaga en un torrente de lágrimas. Ya nos tiene acostumbrados y, como mucho, le acercamos un pañuelo para que no se destiña la corbata que siempre lleva. Pero últimamente ha cundido la alarma, pues hemos sabido, gracias a los Servicios Sociales que nos han avisado, que pasa muchas horas en la estación de tren haciendo de voyeur, sí voyeur, porque observa y se deleita en todas las despedidas de pasajeros donde abunden los abrazos y lágrimas. Ayer mismamente nos aconsejaron hablar con algún profesional, porque también se ha hecho asiduo al cementerio, donde no se pierde ninguna inhumación. La abuela, que es una mujer práctica de mucho sentido común, ya ha tomado la primera medida: Le ha puesto a picar cebollas. De momento, parece feliz.
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