Durante los primeros años pensó que había sido un acierto casarse con Isabel. Transcurrido ya un tiempo le asaltaron las dudas y llegó a pensar que aquello empezaba a ser una mala decisión. Aumentaban los malentendidos, disminuía la comunicación, se distanciaban los intereses, los silencios eran comunes y cotidianos y aquello del amor eterno empezaba ya a ser una quimera. ¿Qué hacer? Esta pregunta se la hizo durante mucho tiempo, tanto que llegó a acostumbrarse y tomar la inexistente relación como inevitable. Curiosa situación, se decía, ambos dos parece que aceptamos los hechos y nos conformamos. Finalmente tuvo que ser la enfermedad, que les visitó llegada la vejez, la que estabilizó a la pareja, pues, por turnos y cuando tocaba, hicieron de lazarillo el uno del otro.
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