Érase una vez un preso aficionado a los canutos. Fumaba a escondidas arriesgándose a más de un castigo. Con el humo me evado, solía argumentar en su defensa. Y lo cumplió. Acertó a escaparse el día que se incendió el presidio. Lo encontraron con cara de pocos amigos y el susto en el cuerpo aporreando la persiana de un estanco.
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