Aquel macrogranjero de cientos y cientos de vacas era un adelantado para su tiempo. Instaló unas pantallas gigantes en los lineales de alimentación que toda la parroquia animal seguía con atención. De sonido ambiente puso el alegre sonido de un arroyuelo cantarín allá por la primavera. De este modo, hizo ver a todo el género vacuno que por allí andaba que era bueno comer paja. Es más, colocó unos filtros verdes en los monitores que hacían que tan vulgar alimento pareciera alfalfa. Al principio las vacas se hicieron las remolonas, pero a base de insistir consiguió que la mentira se convirtiera en verdad y todo el ganado estabulado al cabo de un mes empezó a aplaudir cada vez que les servía paja, vulgar paja, que él hacía pasar por forraje del bueno. Es que es un pesado, comentaba una de las vacas más veterana. Comed, que si no nos mata de hambre, no se lo cree ni él, se quejaba, qué mierda de comida... Las vacas jóvenes ponían cara de incomprensión. ¿Qué dice esta vieja? ¿Que no comemos alfalfa? Chochea. Es alfalfa de la buena, que lo dice la tele. ¿Es que no ves las pantallas? ¡Por Apis y su madre Isis, la vaca sagrada del Nilo que fue fecundada por un rayo de sol! ¡Que ambas nos protejan a todas de estas viejas que deliran, que se las lleven de aquí! Así sea, amén, no se diga más, respondieron las vacas circundantes al unísono.
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