Mira, Machuca. Hablar solo con los que piensan como tú empobrece. Y hablar con los que discrepan o tienen opiniones diferentes enriquece. ¿Qué piensas de esto? El aludido le miró fijamente al Abuelo Simón y mostró su sorpresa. ¿Con qué te has desayunado hoy? Nada, una tertulia al uso que escuché anoche en la radio. ¡Ah!, esas en las que los opinadores todoterreno hablan de lo que haga falta. Pues tú ríete, pero le estoy dando vueltas y creo que no anda descaminado. Esos contactos entre discrepantes, explicó de corrido el Abuelo Simón, aumentan tus dudas, sí, al mismo tiempo que las disipa o aclara. Lo cierto que también se refuerzan tus certezas. Así mirado no deja de tener razón, asintió el interpelado. Tú y yo mejoraríamos si no habláramos tanto. ¿Por qué? Has dicho que lo nuestro empobrece, ¿no? Anda ya, si somos unos cascarrabias. Tú más. Bueno, el imperturbable Machuca reaparece. Escucha, yo solo lo hago por enriquecer nuestra mente, je, je. Así será, no te jode. Y caminaron en silencio por la senda del río un rato. No mucho, claro. Hasta que llegaron a la sombra del árbol de las confidencias.
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