Señor
maestro de mi hijo Javier:
Meice el hijo que las mandao escribir bien, sin faltas dortografía. Te aviso que al chaval le cuesta la ostia y me llora tos los dias dimpotencia. Además meice que las dicho que si le firmo este papel lautorizas a escribir a su gusto, como él sabe y sin regañarle al pobre. Pues así va ser. Mesplico. En mi familia tos hemos sido unos paletos incultos, como me se ve a mi por lo escrito. Y nos va bien en la vida que yo empece dalicatador y mira ande he llegao. Así que pa quel crío no sufra, y como la ortografia no vale pa na hoy en día con los moviles masivos y la Internet, te pido que le dejes escribir como un paleto, que no pasa nada. A los demas alunosles lees esta carta pa que vean que lautoriza su padre y le dejen en paz. Espero que no te disgustes, que lo hago por el bien del hijo. en cuanto que te vea te lo esplicaré mejor y tinvito a un tinto, que me caes bien. Eso sí, de cuentas no le bajes lasijencia que eso si que vale pal futuro.
Ya hablaremos en cuento te vea por ahi.
Javier Mostenco
padre de Javier Mostenco
A Arnaldo López de Basagoiti, profesor con 10 años de experiencia enseñando lengua castellana, la carta le sorprendió por su forma y contenido. Iba al grano directamente y respondía al reto que dos días antes había lanzado a su alumno Javier, un adolescente que no paraba de protestar por las convenciones de la escritura. Aún recordaba su argumentación.
- Esto no sirve para nada, te puedes defender en la vida sin saber de ortografía, los correctores informáticos te hacen el trabajo en el ordenador y, además, yo ya me entiendo escribiendo como sé.
- Pero -le razonaba el docente con la mejor voluntad- no te van a entender los demás y harás el ridículo...
- Me da igual -replicaba-. Hoy todo se hace por teléfono.
- Pues, bueno -le propuso el joven profesor-. Trae una autorización paterna para poder escribir sin criterios ortográficos y te quedas exento de la obligación... La discusión quedó zanjada con el silencio del alumno y la plena convicción en el adulto de que el supuesto planteado nunca llegaría a materializarse. Y se equivocó. En sus manos tenía la argumentada autorización del progenitor. Aquello no tenía pies ni cabeza y debía reconducirlo de algún modo. Llamó al chaval y le presentó la carta. Javier Mostenco, hijo, se quedó mudo, impotente ante la inesperada y sorprendente reacción de su padre que, eso estaba seguro, no era tan paleto como parecía. Se puso nervioso ante la posibilidad de que los compañeros de clase pudieran leer la carta y abrió la boca únicamente para pedir a Arnaldo por favor, con la angustia de un desesperado, que guardara la carta y no dijera nada a nadie. Con miedo en los ojos se separó del profesor, convencido de que él no estaba destinado a ser un solemne paleto. Por la noche encontró en su padre una sonrisa sospechosa.
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