El arcoíris se desplegó por el firmamento en todo su esplendor. Cuantos estábamos en la terraza de la cafetería nos sentimos hipnotizados por aquella visión y no desperdiciamos ni una milésima de segundo en su contemplación. Salvo mi hijo Paconcio, el hombre que vive pegado a un teléfono y que no paró de tirar fotos en todos los ángulos y direcciones. Cuando el fenómeno óptico se difuminó permanecimos mudos. Aquello no dejaba de ser el más bello arcoíris que habíamos podido contemplar en nuestras vidas. Paconcio seguía a lo suyo, reenviando mensajes a diestro y siniestro. Sublime, dijimos unos. Inenarrable, dijeron otros. Hoy tendré muchos like, dijo él.
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