Conozco al pastor desde hace muchos años. Le he visto trabajar sin descanso cuidando las ovejas, elaborando quesos, gobernando sus dominios y dando órdenes a sus perros mastines. Ha envejecido, como era de esperar, y ya está retirado, aunque él se resiste y sigue dando vueltas por su hacienda vacía. Además, su cabeza ha sufrido estragos y a menudo está confuso. Ayer, sin embargo, tuvo un destello de lucidez sorprendente. Nos encontramos en la orilla del río y con la emoción de un niño me contó que allí había un árbol con un agujero perfectamente tallado a unos 5 metros del suelo. Puso mucho empeño en localizarlo y al final, entre un centenar de chopos, me enseñó lo que debía ser un nido de pájaro carpintero. Los ojos le brillaban y por una vez yo, otro viejo como él, me sentí como un niño descubriendo un gran secreto escondido en el río.
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