Cuando nació el niño, sus padres decidieron bautizarle como Puniberto, el nombre que ya habían llevado su abuelo y bisabuelo. Y como era el primogénito, supo que en el futuro sería Puniberto III, rey de Normalandia. Desde pequeño asumió que estaba destinado a mandar y se fijó mucho en el déspota de su padre. Aprendió a hacerse temer, a dar órdenes y castigar a quien no las cumplía. Descubrió que su estatus daba para ser obedecido, ser servido, alagado y nunca ser discutido. Tan pronto fue que empezó a ejercer su poder que su madre, mujer prudente y versada en mil infamias, le tuvo que frenar sus ímpetus más de una vez. Mas fue inútil, porque aquel niño llegó a ser adolescente, más tarde joven desbocado y finalmente rey, una vez que su padre falleció en la cama de una mala disentería. El ya coronado Puniberto III de Normalandia mandó ahorcar al médico que no supo frenar la muerte de su padre y metió a la cárcel al bodeguero que no supo traerle un vino de su gusto durante el entierro. Aquella misma semana dejó sin empleo a la mitad de la guardia, azotó a dos peones de las caballerizas, cortó el pelo a dos damiselas por no atender sus requerimientos, desterró al viejo cura que se atrevió a reprenderle y mató a dos perros y un caballo que no le dejaban dormir. Esa misma semana, temiendo por su vida, los prudentes vasallos, los obedientes cortesanos y los pacientes campesinos montaron un motín en el que Puniberto III de Normalandia no encontró ningún aliado y murió de un espadazo en el vientre que le atizó uno de los bufones de la corte. Reinó una semana y aún hoy en día es conocido como Puniberto III "El Feroz", "El Sanguinario", "El Desalmado", "El Despiadado" o "El Cruel" . Han pasado los siglos y todavía no hay consenso en el apelativo.
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