El guarda forestal se me acercó. Oye Juan, ¿sabes dónde está la fuente de Unanguilo? Y me explicó el porqué de su pregunta. Estoy catalogando todos los manantiales del valle y no encuentro éste, por más que pregunto a toda la gente del lugar. Le referí lo que sabía. Tengo oído en casa que, a principios del siglo pasado, se quiso hacer una captación de agua potable para el pueblo, que para ello trajeron unos poceros que excavaron un agujero en el mismo manantial que buscas, que para acelerar la perforación hicieron explotar un barreno y que definitivamente desapareció el agua de allí, seguramente huyendo espantada por otro vericueto del subsuelo. Y por lo que sé, no queda rastro del primitivo manantial. Yo mismo, proseguí explicando, he recorrido el arroyo de Unanguilo y no he encontrado rastro alguno. Yo tampoco, aseguró el guarda forestal. A partir de esto seguimos hablando de otros manantiales que yo conocía desde la infancia, no así él. ¿Te importa venir conmigo una mañana y los visitamos? No, en absoluto, le contesté. Y quedamos para otro día. Cuando comenté este encuentro en casa, mi mujer me puso los pies en el suelo. ¿No hay nadie más que sepa estas cosas? No parece, le dije. Entonces tú eres el único que puede explicar el pasado, eres el depositario del saber de la comunidad, el último vestigio del conocimiento ancestral... En resumen, eres el más viejo del pueblo. Esto último lo silabeó con fuerza. Por falta de sorna que no quede...
________
No hay comentarios:
Publicar un comentario