La vela ardía iluminando débilmente la estancia donde el escritor componía sus poemas en un diminuto cuaderno de rayas. El pábilo vacilante, moviéndose de un lado para otro, parecía querer obstaculizar la llegada de las musas, y a la vez parecía que les cedía el paso. El vate se percató de ello y sopló con intención de abrir un hueco por donde llegara más velozmente la inspiración. La vela se apagó. Y el poema quedó interrumpido. El poeta juró en arameo y esperó al alba durmiendo profundamente. Al día siguiente, sin el embrujo de la llama, culminó felizmente su tarea.
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