El gobierno ordenó acabar con los disturbios por la vía rápida. Antes se había encargado de que los periodistas difundieran que los manifestantes estaban dirigidos por comunistas y que eran delincuentes. Para nada hablaban del punto de justicia de sus reclamaciones ni del hartazgo que acumulaban por las promesas incumplidas de los gobernantes. Con estos precedentes el enfrentamiento de las fuerzas del orden y los indignados manifestantes fue inevitable. Los antidisturbios fueron contundentes y mortales. Luego contaron que resultaron heridos una veintena de agentes. De los manifestantes se supo menos, aunque hubo incontables heridos, varios desaparecidos, muchos detenidos y un muerto. El gobierno sacó un comunicado, casualmente idéntico al que se publicó el año anterior por un caso similar. No tuvieron la decencia de contrastar la noticia. Porque el muerto, lo sé de primera mano, era Ernesto Zubiano, paseante fortuito en el lugar de los hechos, de 76 años, sordomudo y manco para todos sus vecinos que no acabaron de creerse la versión oficial. Había agredido con un palo a la policía, decían, y fue reducido entre gritos e insultos del difunto.
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