27 sept 2021

Genocidas anónimos, igualmente reprobables


El abuelo Simón cuenta muy enfadado algo que ha leído poco ha. Relata que los barcos que atravesaban el Estrecho de Magallanes, allá por los mares australes, se entretenían observando a los patagones que vivían en sus orillas. Era fácil verlos en sus asentamientos alrededor de una hoguera, ligeros de ropa y felices con su existencia. Así parecía, vamos. Pero cuenta también que allá por el S. XVIII se inició una fea costumbre que fue un divertimento que las autoridades consintieron. Desde el barco, cuenta indignado, disparaban a los indígenas y seguían entre risas y aplausos las reacciones de los yagán, kaweskar, onas... En el barco, ante el espanto de pocos se imponía la opinión de los más, que defendían que aquellas gentes eran como animales, sin dignidad ni valor, ni derechos, ni consideración. ¿Tienen alma o qué?, argumentaban desafiantes.

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