9 jul 2021

Vida eterna

Aquel abuelo quedó descolocado el día que le tocó filosofar con su nieto. Paseaban junto al cementerio y echaron una ojeada al interior. Mira, aquí está enterrado tu bisabuelo y bisabuela. Eran mis padres ¿Ves los apellidos? Al niño le costó procesar un poco la línea de parentescos que le iba exponiendo el abuelo y se distrajo con un gato que merodeaba por allí. ¿Los gatos se mueren también? Claro, todos los seres vivos somos caducos. Al abuelo no le costó mucho explicar qué era eso de caduco. Pues eso, como las hojas de este roble, cada año se mueren y se caen. El niño, que ya había vivido varias primaveras y sus correspondientes otoños, lo entendió. Salieron del cementerio y regresaron a casa. Iban a comer con la abuelita, como decía el niño. Justo antes de entrar, el niño planteó la pregunta que le rondaba la cabeza. Abuelo, ¿hay vida eterna? Sí, después de la muerte. Entonces, ¿para qué nos morimos? El abuelo no supo qué contestar, habló de algo así como que se iba a enfriar la comida. Pero eso sí, le empezó a rondar en la cabeza alguna vieja duda que tenía aún sin resolver sobre el después.

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