14 jul 2021

Un mendigo

De repente se quedó sin nada, hasta sin amigos, y tuvo que hacer un esfuerzo para reorganizar su vida, su cabeza, su mundo. Ni casa, ni dinero, ni qué comer. La primera noche durmió en la calle tumbado sobre unos cartones que le aislaban del frío suelo y al amanecer, apretado por una necesidad impostergable, conoció su nuevo oficio, mendigo. A la primera persona que se apiadó de él le contó toda su vida, a la segunda menos y a la tercera casi nada. Hoy ya es un hombre hermético que sólo implora una ayuda con la mano extendida. Su cabeza está detenida en un nimbo que le aleja de la desesperación. Ayer se le acercaron dos trabajadores de los Servicios Sociales y le abrieron ficha. No te conocemos, le dijeron. Yo tampoco, respondió él, he perdido mi personalidad, haced lo que queráis conmigo. Ven al albergue, le propusieron. Se dejó llevar. Allí come caliente, duerme, pero se encuentra en una jungla de desesperados y en un mar de impotencia. ¿Qué fue de tu vida?, le preguntó el asistente social. No respondió, solo empezó a llorar, recordando que dirigió un banco, que tuvo una familia con dos hijos y que todo se perdió con la bebida, con los amigotes, con las largas ausencias de casa y ese egoísmo irrefrenable que le llevaba a cavarse un hoyo donde enterrarse en vida. La culpa es mía, sollozaba.

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