Toda la familia fue a la estación a despedir al joven que iba a hacer la mili. Antes de subir al tren le llovieron los abrazos, los besos y le bañaron en lágrimas. Una vez asomado a la ventanilla llegaron los consejos y recomendaciones. Cuando el vagón se comenzó a mover vio agitarse los brazos de todos y tras los cristales de la puerta de la sala de espera de la estación una cara llorosa que agitaba una mano temblorosa. Fue lo que más le emocionó. Era su novia. Pero, claro, eso sólo lo sabían él y ella. En el primer permiso lo haremos oficial, se prometió. Tardó en volver. Las cosas habían cambiado. Solo encontró el cariño y la devoción de la familia. Sin embargo, hoy ya en la vejez, sigue pensando en el gran amor de su vida. Sí, piensa, fue fugaz e intenso como ningún otro. Aún hoy tiene clavada en su retina aquella imagen de una cara llorosa y una mano agitándose tras el cristal empañado de aquella sala de espera de la estación. Morirá con ella.
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