Dichosos turistas
Pagué
mucho dinero por ir a visitar una tribu perdida en el Orinoco dentro
de un viaje de turismo organizado para curiosos ciudadanos venidos de
Occidente. Mucho dinero, repito. Llegamos a la aldea, nos recibió el
que hacía de jefe y una especie de consejo de ancianos en el que no
había viejos,
nos pasearon por la selva, dispararon sus cervatanas con o sin
curare, ni lo supe nunca, nos invitaron a comer y beber, danzaron
para nosotros y jugamos con sus niños. Me hize muy amigo de un
adolescente al que regalé mi visera y de una joven de pechos
descubiertos que me agarró del brazo y no se separó de mí durante
la visita. Salimos todos muy satisfechos de haber conocido aquella
gente de mirada tan limpia y de una vida tan simplificada y feliz.
Pienso que mereció pagarse el dinero que nos cobró la agencia. Pero
días más tarde escuché una conversación de un misionero.
¿Fuisteis a ver a los yanomani? Pues no sabéis que ellos también
fueron a veros a vosotros. Sois todo un espectáculo para ellos.
Acudieron más de una veintena de aldeas a ver a hombres blancos,
como ellos dicen muy
feos, blanquecinos y peludos, y
se lo pasaron muy bien con vosotros, sois un espectáculo, como un
circo, vamos. Me callé. Nunca pensé que el observador a su vez
puede ser observado con el mismo morbo o más. En fin, me sentí
ridículo. Sin embargo, admito que yo aprendí mucho de ellos y
empiezo a dudar de que ellos aprendieran algo de mí! Como mucho,
llegué a ser un entretenimiento. _________
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