5 jul 2021

De testamentos

El notario acudió a casa del enfermo dispuesto a dejar constancia de la última voluntad del enfermo. Llevaba un texto base en el que incluyó los datos personales del testador y las fórmulas establecidas en las que daba fe de que actuaba libremente y en plenitud de facultades mentales. Pero hubo algo que le detuvo en seco e impidió que siguiera en su labor de fedatario. Fue cuando oyó aquello de "yo, postrado en el lecho del dolor, próximo a mi fin y en plenitud de facultades, nombro heredero de todos mis bienes a mi gato Fisturelio". Y no fue el asombro el que detuvo al escribiente, ni la dificultad de escribir aquel nombre inaudito. Fue sencillamente que dudó de que el moribundo estuviera en sus cabales. El notario elevó su mirada y clavó los ojos en aquel hombre que de verdad parecía cerca de la muerte y escuchó atónito su explicación. Ven Fisturelio, ven. Allí apareció un buen hombre, arrugado y humilde. Es mi único sobrino, el que me cuida y el destinatario de mis bienes. Le llamo gato, porque es mudo y apenas articula palabra. ¿Es eso cierto?, preguntó el notario. El tal Fisturelio asintió con la cabeza y dejó escapar un sonido débil e inconfundible para cualquiera. Era como un "miaaauuu" triste y desvaído. El escribiente agachó la cabeza y prosiguió en su trabajo de fedatario.

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