19 abr 2021

Así fuimos creciendo

Ahora que soy viejo y ya me empieza a flaquear la memoria, voy a rescatar antes de que se me olvide una historia que viví de niño. Resulta que fui testigo de un caso insólito. Me encontré con una madre muy nerviosa que azuzaba a un obrero que trabajaba preparando masa para hacer paredes de ladrillo. Dice que aquí lo ha perdido, ¿usted me lo puede buscar? El currela preparó el bastidor que servía para tamizar la arena y empezó a lanzar paladas. Cada poco revisaba los desechos acumulados en la base de la criba y hacía un gesto negativo con la cabeza. La mujer, sin soltar la oreja de su hijo, se desesperaba. ¡Me ha costado 300 pesetas! El operario pidió ayuda a un compañero y no dejaron de revisar ni un puñado de arena. Aquí no aparece nada, se quejaba en cada revisión del material. Para entonces la mujer no paraba de llorar. Entre los curiosos se corría un rumor. Manu tenía un ojo de cristal, ¿sabías? Se le ha caído en la arena, decía uno. Y no lo encuentran, exclamaba otro. Yo me quedé de piedra. Manu no era de mi clase y yo no sabía que fuera tuerto. Le llamábamos "el birojo" porque bizqueaba, pero ni idea de lo otro. La mujer se convirtió en un lamento y no dejaba de recriminar a su hijo que estaba manso y humilde como nunca lo habíamos visto. Como éramos oportunistas y crueles, ¡ay la infancia!, no parábamos de mirarle, que otra ocasión mejor no íbamos a encontrar para ver a aquel abusón con las orejas gachas y una mano tapando el ojo. Bueno, uno de los apéndices también estaba colorado y tumefacto. La cosa acabó mal, allí no apareció nada, Manu estaba tuerto de verdad, la madre hundida, los obreros estupefactos y los espectadores atónitos. Al día siguiente, Manu vino a la escuela con un parche en el ojo y se dedicó a ajustar cuentas con todos los curiosos del día anterior. Todos recibimos lo nuestro, pero no le llevamos la contraria, que bastante tenía con lo del ojo. Bueno sí. Con la crueldad que a un niño se le supone le cambiamos el mote. Durante bastantes días fue "el pirata", hasta que sus padres ahorraron 300 pesetas para otra prótesis ocular.

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