18 ene 2021

En la niñez se filosofa

Hay pocas cosas que recuerdo de mi infancia en la escuela. Pero hay una historia que nunca olvido y es lo que quiero contar. En una ocasión la maestra nos hizo una pregunta retórica. ¿Qué animal creéis que será el más feliz del mundo? Hubo respuestas para todos los gustos, pero al final, desde las limitaciones de nuestras mentes infantiles, acabamos discutiendo de si los animales sufrían o no. Sabíamos seguro que eran sensibles al dolor y que agradecían el cariño y el buen trato, que disfrutaban del bienestar, pero sufrir psicológicamente, como sufrimos nosotros, no lo veíamos. Nos lo aclaró Rosana cuando dijo si habíamos visto llorar a algún animal cuando le dejaba el novio o la novia o cuando se le morían los padres, o... Pedrito, que era una autoridad en estos temas porque su madre era psicóloga, nos aseguró que si apenas entendemos nuestra mente qué narices hacíamos pensando en las entretelas del cerebro de los animales. Eduardo, que ya entonces escribía poesías en las puertas del baño, nos dijo que seguro que la perdiz y la lombriz sabían qué es ser feliz. Le abucheamos un poco. Pero todos nos quedamos callados cuando pidió la palabra María. Era huérfana y vivía con un abuelo al que ella tenía que cuidar con apenas 10 años. Lo que yo sé es que ser feliz, nos dijo, les cuesta mucho a los humanos, y a algunos, nos cuesta más que a otros. La maestra, puso fin a aquella sesión de filosofía, bien pensado de eso iba la clase, recordándonos que hay ratos malos y ratos felices para todo el mundo, que nadie se libra y que los buenos hay que disfrutarlos. Yo, por lo menos, nos confesó, he sido feliz escuchándoos. Nos hizo aplaudir a todos, se levantó de la mesa y le dio un beso a María. Yo vi que las dos tenían una lagrimilla resbalando por sus mejillas.

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