El
abuelo tiene mucha paciencia, tanta que se pasa horas enteras en su
huerto ahuyentando las mariposas blancas que dejan sus huevos en las
berzas o coles. Como te descuides, me explicaba, dejan
unos huevos amarillos en el envés de las hojas del tamaño de la uña
del dedo meñique y en dos semanas aparecen unas orugas como el
propio dedo que devoran las hojas antes de que te enteres. Y ¿cómo
haces? Localizo los huevos y los destruyo. Un poco cruel, ¿no? O
ellas o yo, me replica enfadado. Competimos por la comida y yo no
quiero perder esta guerra. Me callo, cualquiera contradice a mi
abuelo horticultor. ¡Mata por una col!
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