Desde
que me explicaron siendo un niño qué era, siempre he querido ser un
parásito, de esos que se coloca sobre su huésped, vive como un
marajá y pasa desapercibido. Pero no me dieron oportunidad. Quise
vivir de okupa en casa de mis padres, pero no fue posible. Alguna vez
pensé hacerme político profesional y chupar del erario público,
pero no es tan cierto eso de que se pueda vivir sin hacer nada, así
que abandoné la idea. Solo me quedaba tener un título nobiliario o
una herencia millonaria y eso, no es que me dé pena, tampoco
ocurrió. El caso es que, llegado ya a una cierta edad, repaso mi
historia y sí es cierto que he vivido siempre siendo un puro
parásito de la felicidad. Yo he hecho lo que me correspondía,
trabajar, holgar, querer, sufrir... Pero siempre he cabalgado a
hombros de la felicidad. ¿No es eso ser un parásito? En el mejor
sentido, claro.
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