A
mi vecina Mari Pili le he pedido prestadas cuatro pinzas. Me ha
prometido mandármelas por medio de su hijo pequeño. Cuando ha
sonado el timbre he acudido a la puerta y me he encontrado con un
señor de bigote que me ofrecía las pinzas en la palma de la mano.
Me he sentido confusa, pero bueno, he conseguido darle las gracias y
despedirlo con la excusa de que tenía mucha prisa. Más tarde Mari
Pili me ha contado que, efectivamente es su hijo menor, que estaba de
visita hoy en casa, que está soltero, que trabaja de acomodador en
un cine, que es muy majo, que... ¡Eh, para! ¿No querrás
encajármelo de marido? Hay que reconocer que Mari Pili es una mujer
sin doblez y sincera, porque con un hilillo de voz me ha dicho que
sí. Me ha desarmado. Le he tenido que decir con toda brusquedad que
somos pensionistas, ambas viudas y viejas revenidas con achaques.
¡Joder, cuánto cuesta tener la cabeza en su sitio!
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Al comenzar la lectura uno se imagina a Mari Pili joven, entre treinta y cuarenta. El relato va creciendo en sorpresas que hacen levantar las cejas, hasta la sorpresa final con la confesión de Mari Pili.
ResponderEliminarUn relato divertido y cercano por lo que nos toca. Me ha gustado mucho, se ve que estás con la imaginación fresca.