A
la hora de crear cuentos me defiendo en los temas de encargo, esos
que te piden que te inspires en una imagen o los otros que te obligan
a empezar por una frase o aquellos que te atan a un tema. Me
defiendo, ya lo he dicho. También consigo un relatos aseados, según
los cánones, cuando llevo una historia clara en la mollera. Pero, he
de reconocerlo, me gustan los relatos locos que empiezas sin saber ni
de qué vas a escribir. Por ejemplo éste. ¡Ostras, si no encuentro
el nudo! Esto va a acabar en debacle. No pasa nada. Cierro los ojos,
corro una cortina sobre mis últimos pensamientos y dejo todo para
después. Es bien sencillo. La musa siempre acude, incluso cuando se
trata de borrar todo lo escrito, porque, así de repente, se te
ocurre otro desarrollo. Pero en fin, no es el caso, que me da que
este texto, que iba para catástrofe, se puede arreglar con un título
pomposo. Aunque apócrifo, claro. Que me perdonen los editores.
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