Mi
profesor de matemáticas está como una cabra. Nos hace las clases
muy amenas y nos tiene cautivados, pero, vale, la mitad de lo que
dice no se lo podemos creer. El otro día nos contó que en
Siracusa, que está en Sicilia, hace más de 200 años a.C., un tal
Arquímedes dio con el nº π. El solito lo descubrió colocando
segmentos cada vez más pequeños en el perímetro de una
circunferencia que tenía dibujada en la arena de una playa y llegó
a la conclusión de que para medir la longitud siempre acertabas si
multiplicabas el diámetro del circulo por el número π. Ante
nuestra cara de aburridos, el profesor elevó la voz para que no nos
durmiéramos, y aseguró que el número π es muy importante para
hacer muchos cálculos. Y nos empezó a poner ejemplos. Bueno, más o
menos le creímos casi todo, pero hubo una historia que no coló,
porque parece que π
sirve para todo.
Se lo he contado a mi padre y ha puesto cara de tonto, como que se ha
pasado un par de días callado y pensativo. Que ¿qué le he contado?
Pues que decía el profesor chiflado ese que en 1996, en la
universidad británica de Cambridge, un
investigador que se llamaba Hans-Henrik
Stølum, lo he mirado en los apuntes on line que nos pasa el
profesor, calculó que la longitud doble de un río (sumadas ambas
márgenes) equivalía con bastante exactitud a la distancia en línea
recta entre su nacimiento y su desembocadura multiplicado por π.
El más incrédulo de la clase fui yo y puse pegas, pero mis colegas
tampoco se quedaron callados. El profesor se reía y se escabullía
diciendo que “pasado un tiempo, ya me contaréis...”. Pues yo
seré uno de los que tendré algo que contarle. Porque mi padre hoy
ha abierto la boca y me ha dicho que ese profesor es un genio. Mira,
hijo, me ha dicho, sabes que soy topógrafo y sabes que me he pasado
la vida midiendo terrenos, carreteras, trazados de tendidos
eléctricos y oleoductos, rutas fluviales... Pues te digo que de
haber sabido manejar el número
π me habría ahorrado muchos tiempos muertos en mis reflexiones y en
mi trabajo. Y me lo ha dicho poniéndome la mano en el hombro, como
si yo fuera amigo de Arquímedes.
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