Cuando
nací yo, hubo un gran tumulto en mi derredor. Yo estaba muy asustado
e indefenso y me esperé lo peor. La mujer que me parió estaba muy
irritada y temí que me dejara abandonado a mi suerte allí mismo.
Lloré con ganas esperando que alguién me socorriera y la bruta
aquella, que no había parado de gritar desde que saqué las orejas
de no sé dónde, me cogió en sus brazos y me apretó contra su
pecho. Ya noté yo algo familiar en aquel gesto y llegué a pensar
que quería ser mi madre. Yo no protesté y dejé hacer. Creo que fue
una buena decisión por mi parte. Enseguida le di el título, me declaré su hijo y desde entonces, tengo que reconocer que no me ha ido mal.
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