Allí
mismo, delante de mí, estaba el genio de la lámpara maravillosa
mirándome fijamente a los ojos y haciendo ademán de que le
escuchara. Obedecí. Formúlame un deseo y te será
concedido, propuso. Traté de calmarme y hacer las cosas bien, así que para
ganar tiempo le dije con toda naturalidad, déjame
pensar.
Y ahí estuvo mi perdición.
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