Al
abuelo Simón le rondaban en la cabeza algunos recuerdos de antaño.
¡Ay! Mis ojos catorceañeros se quedaron prendidos de aquella imagen
de una chica que trataba de sujetar su vestido levantado
indiscretamente por una ráfaga de aire de un respiradero del metro
de Nueva York. El tío Machuca se temió lo peor. ¿Qué me vas a
contar? Me gustó su rostro, prosiguió, su tramposo recato y las
ganas de vivir que se descubrían en su cara. Luego me enteré de que
se llamaba Marilyn Monroe. No te jode, a todos nos gustó la foto
aquella, aunque los medios no se prodigaron mucho, replicaba su
amigo. Sí, pero allí mismo, debo reconocerlo, me inicié en la
ciencia de la filosofía. Cuenta, cuenta. Sí, hasta entonces yo
pensaba que la vida era un tránsito por este mundo en el que había
que ganarse el cielo, que debería luchar siempre contra el pecado y
las tentaciones de la carne, que debía vivir mi vida como un cartujo
para ganarme el cielo, que... Para, para, confiesas que ibas para
asceta. Ella me abrió los ojos y supe que la vida era para gozar.
Osea, que tu conversión al paganismo se debe a Marilyn Monroe. Sí,
más o menos.
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