En
el jardín del palacio del emperador Piwang de
la dinastía Hun hay unas esculturas maravillosas que parecen tener
vida, si no fuera por su inmovilidad. Cuentan que el citado señor
habla con ellas y que está muy molesto porque no le contestan. Ha
hecho llamar al escultor para que resuelva el problema. Señor, yo
hago cualquier figura en madera o piedra, pero no soy capaz de
dotarles de vida ni movimiento. Inténtelo, se lo manda el emperador.
Señor, no hay nadie capaz de hacerlo, salvo dios. Tráiganme a dios,
pidió a sus funcionarios y a su ejército. Los súbditos salieron en
su busca y nunca volvieron. Pero al fin el emperador encontró lo que
buscaba. En su vejez, pasaba horas consultando a sus esculturas y
éstas, curiosamente le respondían. Casualidad, todas insistían en
que abdicara de una vez y dejara el trono a cargo de su hijo Yiwang.
Cuando lo hizo, todas las esculturas recuperaron su mutismo. No
entiendo, el emperador comentaba a su asistente, antesdeayer me
hablaban, hoy ya no.
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