El
hijo del cura sabe de quién es hijo, pero no lo puede decir. Es el
único que conoce el secreto mejor guardado de su madre. Te concebí
el día de San Roque, le había contado, cuando el cura me trajo en
coche a casa tras la procesión. Era un 16 de agosto para más señas.
Se me insinuó y acabamos haciendo lo que nunca debí haber
consentido. Él continuó haciendo su vida como si nada y yo, sin
embargo, cambié por completo el rumbo de la mía. Un error, una
desgracia. Tu padre hoy es obispo, que lo sepas, y ni siquiera se ha
preocupado lo más mínimo por tí. El día que quieras hundirlo en
la miseria sólo tienes que pedir una prueba de ADN. Te juro que lo
derrumbas. Allá tú, que lo sepas, tienes el padre biológico más
egoísta y cobarde que se puede tener. El hijo aprieta los puños, no
sabe quién le enerva más. Si su padre natural, por todo lo dicho, o
su madre que aún mantiene la herida sin cicatrizar, supurando día
tras día. ¿Qué culpa tengo yo? Mejor si no hubieras nacido, le
responde ella.
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