13 mar 2020

Fake news de antaño

Se dice siempre que en el año 1000 d.C. se extendió la certeza en el mundo occidental de que se acababa el mundo. Muchos se prepararon a morir en un cataclismo y a ser juzgados por sus pecados en un juicio exprés que les mandaría al cielo o al infierno. Otros, pocos seguro, se dedicaron a disfrutar lo poco que les quedaba y lo hicieron a su manera, probablemente disfrutando de los pequeños placeres que ofrecía la vida. Los mejor parados fueron aquellos que se dejaron llevar de su instinto comercial y se dedicaron a comprar lo que los demás entregaban a precio de saldo. Total, ¿para qué iban a servir? Fueron 365 días de incertidumbre que acabaron destrozando los ánimos de los más enteros. Pero la noche en que se acabó el calendario y comenzó el nuevo año, se toparon con la realidad. Nada había ocurrido y todos debían dedicarse a los gozos y las penas del vivir. Lo malo fue que habían descuidado las cosechas y el ganado y tuvieron que afrontar hambrunas, epidemias y peste en los años siguientes.
La segunda parte de la historia es para mí la más triste. Se refiere a uno de mis antepasados, Adiel Cohen, que salió favorecido de aquella absurda profecía milenarista, ya que se enriqueció con los bienes que le vendieron aquellos que estaban convencidos de la llegada del fin del mundo. Aquellos cristianos ingenuos, empobrecidos, hambrientos y rencorosos, pusieron los ojos en él y acabaron matándole. Por no ser, o haber sido, como ellos. Era un hereje. Yo digo que él no engañó a nadie, no se aprovechó de nadie, simplemente no creyó aquella historia delirante. Pero aquellas gentes fustradas lo mataron. Por ser distinto. Los Cohen, pues, tenemos un mártir. Y memoria.
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