Andrés
se hizo cazador por puro instinto. Le gustaba observar los animales
que deambulaban libremente por los montes, se movían en las aguas o
surcaban los aires con suficiencia. Sentía en su interior una
necesidad de dominarlos, de agarrarlos con su manos. Por eso se
compró una escopeta de dos cañones y los cartuchos convenientes,
amén de la licencia correspondiente y un seguro, por si acaso. Todo
por unos 1000 €. Se unió a una cuadrilla que se movía por un
coto, donde tres veces por semana hacían batidas contra los
jabalíes. La compañía de gente veterana le ayudó mucho a situarse
y cumplir su papel. El primer día le asignaron un puesto de
vigilancia y allí estuvo 5 horas a la intemperie, a la espera de una
pieza que se pusiera a tiro. Pero no, no apareció ninguna víctima
huyendo del acoso de los perros. Vale, soy novato, me dieron el peor
puesto, fue su explicación. Así tres jornadas más, hasta que llegó
el momento deseado. Fue cuando vió frente a él una hembra de buen
porte saliendo de un riachuelo. Apuntó con rapidez, aunque el
corazón le latía con fuerza y le dificultaba centrar la mira del
arma en la pieza. Pero más le desconcertó ver cómo media docena de
jabatos surgían de la nada siguiendo a la madre. Se detuvo, dudó,
dudó tanto que fue incapaz de apretar el gatillo, dejando huir a
aquella familia acosada. Se percató en aquel preciso instante de que
amaba hasta tal punto la naturaleza que lo de matar había que
dejárselo a otros. Fue más que una aparición milagrosa, comentó.
Te entendemos, le comentaron sus colegas, nos has dejado piezas para
el año que viene, muy bien hecho. Os dejo, sí, contestó, os dejo,
que yo no vuelvo por aquí.
_____ o _____
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