Después
de mucha zozobra e incertidumbre, fray Martín dio el paso
definitivo y declaró su amor a sor Romualda. Seremos felices, lejos
de las ataduras que nos imponen los hábitos, dijo él. Estoy harta
de saber cómo va a ser mi futuro en este convento, confesó ella. Y
ambos salieron libres como dos pájaros agitados por los aires
primaverales. Bajo la protección de un árbol muy fornido montaron
su nido y se arrullaron como dos avecillas inocentes que no se
arredraban ante el futuro. Pasado el primer momento, se templaron las
pasiones, llegó la calma y el tiempo acabó poniendo las cosas en su
sitio. Dios estará enfadado con nosotros, le hemos dejado tirado, ¿no?
Ella, un poco más agnóstica, puntualizó el asunto: Yo dejé
tiradas a mis compañeras monjas, no confundas. Creo que al de arriba
no le preocupamos en absoluto. El ex calló.
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