El profesor de arte trata de explicar que en la época de Rubens el erotismo existía, que aquellas insinuantes pinturas que él colgaba en los palacios de las cortes europeas eran capaces de provocar emociones entre el público o que la imaginación se desatara por encima de los límites de la moral establecida. Aquellos cuerpos exuberantes de féminas eran todo un placer para la vista en las grandes mansiones de aquella sociedad barroca. Los alumnos del posgrado que le escuchan, es un decir, comprueban en sus pantallas, obras de Rubens y miran con indiferencia y displicencia las escenas. Esto no pone, comenta uno. Será bonito, pero es viejuno, se queja el otro. ¡Puaf! Las tías que posan son gordis, protesta una chica. El profe se rinde. Estos chicos tienen demasiada información sobre el cuerpo humano para que esto les resulte atractivo, creo que tengo que explicárselo de otra manera. Y sin pensarlo dos veces se arranca. ¿Sabéis que Pedro Pablo Rubens fue uno de los primeros de entender el mercado del arte? Fue un emprendedor exitoso. Muchas cabezas se levantan y comienzan a mostrar más interés. Ellos están allí para aprender, para triunfar. El experimentado profesor acaba de captar su atención. Y prosigue. Pedro Pablo Rubens encontró una forma de explotar el arte sacando al mercado lo que más gustaba entonces, pero, recalca, de un modo revolucionario. Montó un taller o factoría de cuadros que trabajaba en cadena. En el mundo hay 3.000 obras con su firma, nada menos. Para aquel momento del discurso ya todas las cabezas estan alzadas, los oídos prestos y los ojos clavados en la imagen que aparece en el power point: Las tres Gracias. Este cuadro es el más icónico del autor, lo compró, después de morir el artista, nada menos que Felipe IV, un fan del pintor. Hoy está en el Museo de El Prado. El alumnado ya no critica las gorduras de las damas, está cautivado por el olfato comercial del autor. Está claro que les gusta el dinero.
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