Tenía
la voz ronca y profunda y era, a pesar de las apariencias, un hombre
amable. Los amigos malvados, que siempre los hay, le llamaban
Afonías, aunque siempre contaban con él para las celebraciones,
pues era un buen maestro de ceremonias. Su voz era su gran atractivo
y a la vez su problema, ya que espantaba a los niños, ahuyentaba a
los perros y con él pasaban desapercibidos hasta los truenos. Pero
aquel hombre era un borbotón de humor y un dechado de humanidad.
Todos sintieron mucho su pérdida. No murió, que conste, que se lo
llevó la Paramount Pictures Corporation a Hollywood para dar voz a
los rugidos de King Kong. Y no volvió.
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