En
cierta ocasión me encontré con un hombre del que había sido amigo
en la infancia. Ni él ni yo nos reconocimos. Pero al cabo de un
tiempo supe de su nombre y apellidos y los recuerdos de antaño me
vinieron a la mente. Lo estudié detenidamente y sí, cierto, tenía
un parecido. Le abordé en la primera ocasión que tuve y me
identifiqué. Cayó pronto en la cuenta de quién era y me saludó
efusivamente. Compartimos historias y recuerdos en amena e
interminable conversación. También algún reproche. Tú me quitaste
una novia, me dijo. ¿Anita? Sí. Bueno, que sepas que al final nos
acabamos casando, le confesé. Me alegro. Recuerdo que aquello me
sentó muy mal, pero, claro la que me dejó fue ella, no tuviste la
culpa tú. Ya. ¿Sabes? Yo me he divorciado ya tres veces, así que
no veas qué importancia le doy a esa historia. Aquel dato me
sorprendió. Aún así me atreví a continuar con el tema. Siempre
mejorando, ¿no? Bueno, se sinceró, creo que yo no tengo remedio,
soy un inmaduro. Como todos, ¿no? Tú eres muy sensato, se te ve.
_____ o _____
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