29 mar 2019

Los arácnidos y la eutanasia

 Érase una vez una araña que tejía su tela todos los días con un empeño digno de mejor final. Pero eligió un mal sitio, el quicio de una puerta que se abría y cerraba sin cesar y que quebraba de continuo la trampa de seda que la araña montaba. Mas no todo era mala suerte, que en aquella cuadra las moscas se agolpaban y siempre daba tiempo a montar un banquete diario. No trabajo en balde, mirad qué hermosa estoy, decía, como el triple que todas mis colegas. Era cierto y muchas de sus compañeras de establo la imitaron colocando sus trampas mortales en el mismo lugar. Hasta que le llegó la vejez acompañada de artrosis y se vio imposibilitada de trabajar diariamente en la recomposición de la malla de seda. Mas ahí también encontró otra oportunidad. Mirad, llegada mi vejez, expuso, y visto que no puedo vivir en condiciones, cualquier dia me coloco en el quicio de la puerta y me dejo aplastar. Sus colegas araña quedaron pensativas. Aquella araña era una precursora, estaba claro, una pionera.
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