1 abr 2019

¿Progreso?

Cuando nació Santiago Darwin Valdés, conoció un mundo perfecto. Sus papás cuidaban de él y de los hermanos, los abuelos estaban con ellos y se sentía seguro. Pronto aprendió las rutinas de todos los días y encontraba tiempo para ayudar en casa, jugar y hasta para pelearse con sus hermanos y amigos. Santiago Darwin Valdés entendió pronto que el mundo era así y que su historia estaba ya marcada. Crecería, encontraría trabajo en un campo fértil en fruta y vides, haría el servicio militar, buscaría una esposa, una casa, tendría hijos y llegaría a viejito. Y luego se moriría y lo dejarían enterrado en el camposanto chiquito de su aldea junto a sus antepasados. Así era el mundo y así debía ser. No sospechaba que un aciago día, aconsejado por pájaros de mal aguero, compró un pasaje en un ómnibus y emprendió el penoso camino de la emigración hacia la capital. Llegó a un lugar desconcertante que abusó de él y no le proporcionó mejor vida de la que tenía. Hoy, Santiago Darwin Valdés, hijo de la comuna de Chépica, provincia de Colchagua, Sexta Región de Chile, trabaja en la orilla del río Mapocho, empujando una carretilla con dos sacos de cemento la Unión, que llevan impresa la imagen de una insípida mujer que sonríe ajena a sus penas. Mientras, recuerda con lágrimas en los ojos el sabor del pastel de choclo de su tierra, las empanadas, los porotos, los zapallitos y las papas que cultivaba en su potrero. Y también las risas de la gente de Chépica. No, la vida ya no va a ser igual, se lamenta. Y todo por 400 dólares al mes que casi se van en el arriendo de una habitación compartida. Y no puede reprimir lo que le sale de muy adentro. Agarra un mazo y golpea con ganas a la mujer que sonríe desde el saco de cemento como si la vida fuera siempre amable con todos. Mierda, weon, ¿qué hago aquí? Y acto seguido, al tiro, inicia el camino de vuelta a su Chépica natal. Un mapuche es un mapuche, se consuela.
_____ O _____

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