Dios,
el creador, se enfrentó un día al reto de inventar el mundo. De
primeras creó la materia y la organizó en forma de tierra, mar y
aire, dándole forma esférica y rodeándola de una atmósfera que le
diera estabilidad y encanto, más cuando creó un firmamento sugerente
y, en apariencia, protector. Empezó a poblarla de vegetación y de
seres como peces, aves, reptiles... e hizo que unos se comieran a los
otros para sobrevivir y que se reprodujeran por su cuenta, que no era
cuestión de que él estuviera pendiente del poblamiento y menos de
la continuidad del invento. Llegado al final de su obra, quiso hacer
el ser más hermoso de la creación y creó a la mujer y al hombre,
de verdad que no se sabe en qué orden, ni preferencias. Se le escapó
la mano y los hizo a su imagen y semejanza, que era el modelo que
tenía más a mano y que, de paso, le deja a uno un tanto pensativo.
No se sabe qué falló, pero surgieron dos seres, hombre y mujer,
capaces de lo mejor y lo peor. Por decir lo negativo, salieron
dominantes, pendencieros, soberbios, egoístas, ambiciosos,
excluyentes y descontrolados por los siglos de los siglos y los
milenios de los milenios. Dios, el creador, vistos los resultados,
tuvo un punto, se dice, de arrepentimiento. ¿Por qué les habré dado a estos
desmadrados la facultad de perpetuarse? Esto de la lujuria fue una
mala idea, se dijo. No quiero más errores. Por eso, en el universo
no hay más poblamientos, no hay constancia científica de lo
contrario. Que se sepa, pues, no hay otras criaturas más allá del
Planeta Tierra. Y que conste, por pura lógica, tampoco hay lujuria.
Y aquí ya solo cabe cerrar la historia recordándole a Dios mismo
que Santa
Rita, Rita, lo que se da no se quita1
.
Nota
1: Esta última frase es aportación exclusiva del autor, no se trata
de una cita científica.
_____ o _____
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