El
viejo maestro Po le habló así a su discípulo: Pequeño
Saltamontes, escucha, que el que escucha aprende. Tras un corto
silencio, añadió: Y no lo olvides, el sabio es el que más
pregunta.
El
joven discípulo se quedó callado, rumiando las sabias palabras de
su maestro. Por un lado se veía impelido a callar y tener prestos
los oídos. Por otro lado, sin embargo, entendía que debería hacer
preguntas para aumentar su sabiduría. Optó por lo primero,
convencido de que él era un ignorante y, por tanto, no le
correspondía plantear nada. El viejo maestro Po, mientras tanto,
sonreía para sus adentros.
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