5 sept 2018

Experiencias de quirófano

Juan Badaya se pasó cuatro horas en un quirófano, en manos de un equipo de especialistas que lo dejaron listo para enfrentarse de nuevo a la vida. Naturalmente, los profesionales de la medicina trabajaron con todos los sentidos alerta, mientras Juan Badaya permanecía anestesiado sin ser consciente de nada de lo que ocurría a su alrededor. Al despertar, preguntó la hora y vio como unas batas verdes desaparecían del entorno como escondiéndose entre la niebla. Bastante tenía él para preguntar más. Medio adormilado, aguantó como pudo y tuvo que esperar hasta el día siguiente para empezar a ser consciente de su nueva situación. Atado a una cama blanca, muy blanca, vio desfilar a mucho personal sanitario que le llamaban por su nombre, que le atendieron bien, que le mimaron, en pocas palabras, y que le permitieron tomar conciencia de su estado. Pero la sorpresa llegó cuando un sonriente equipo médico de cuatro mujeres y un varón rodeó su cama, saludaron, por supuesto, y con una familiaridad excesiva, le miraron hasta las entretelas, le informaron de los pormenores de la intervención y sobre el proceso que restaba. Sabían mucho sobre Juan Badaya, a pesar de que el enfermo, eso creía, no les había dado pie. Evaluaron las cicatrices, la evolución de la zona de intervención y con los mejores deseos y acertados consejos, acabaron yéndose a otra parte. Juan Badaya quedó confuso. ¡Corchos! se decía, mientras yo estaba dormido, ellas y ellos se han pasado 4 horas trajinando con mi cuerpo y han cogido confianza, ¿no? Eso será. Y entre risas les decía a los amigos, parafraseando al bufón de la Corte de Carlos V, don Francés de Zúñiga, que "por lo menos, no me han muerto".

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