3 sept 2018

Esquilmadores por un día

Fuimos al río a pescar cangrejos y Pablito pronto me sacó del error. Aquí no se pesca, se caza. ¿Traes artes de pesca? No. Pues entonces los coges a mano, o sea, los cazas. Vale. Me costó dominar la técnica, pero pronto obtuve mis primeras presas. Para empezar se les descubría moviendo las piedras, contra corriente para no enturbiar el agua, luego se colocaba despacito una mano por detrás y otra por delante de la pieza y, así cuando el cangrejo emprendía la huída hacia atrás, se le atrapaba con la mano que no había visto el pobre crustáceo fluvial. Ahora tú eres el depredador, me decía Pablito con una sonrisa. Claro, que la víctima se defendía apretando sus tenazas y me obsequiba con unos buenos pellizcos, por abusón. Me costó aprender a defenderme. El caso es que al cabo de un rato teníamos ya unas cuantas docenas, así es como se cuentan, y ya soñabamos con meterlos en la cazuela. Pero no contábamos, al menos yo, con el último peligro. Chavales, ¿qué? ¿de pesca? Era el guarda de río que patrullaba en busca de furtivos. Me quedé paralizado mirando a ver dónde tenía Pablito la bolsa de plático amarillo donde guardábamos las capturas. No, respondió mi amigo, estamos refrescándonos los pies y eso, que yo sepa, no está prohibido. El guarda nos escrutó uno a uno, nos hizo vaciar los bolsillos y encima se mofó de nosotros. El que esconda cangrejos en los calzoncillos va a gritar enseguida. Nadie gritó y nos dejó ir. En la primera curva salimos todos corriendo, menos Pablito. ¡Eh, esperad, joder! Y nos contó que siempre deja la bolsa escondida entre unos juncos para volver a recogerla cuando la autoridad desaparece. Y ¿quién te ha enseñado a ser tan listo? Son las cosas que oigo contar a mi tío Floren, el guarda que has conocido. ¡Ah! Y no te olvides, me recomendó, en estas cosas pasas de depredador a depredado en dos minutos, sobre todo los de ciudad, que estáis alelados. 
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