Fuimos
al río a pescar cangrejos y Pablito pronto me sacó del error. Aquí
no se pesca, se caza. ¿Traes artes de pesca? No. Pues entonces los
coges a mano, o sea, los cazas. Vale. Me costó dominar la técnica,
pero pronto obtuve mis primeras presas. Para empezar se les descubría
moviendo las piedras, contra corriente para no enturbiar el agua,
luego se colocaba despacito una mano por detrás y otra por delante
de la pieza y, así cuando el cangrejo emprendía la huída hacia
atrás, se le atrapaba con la mano que no había visto el pobre
crustáceo fluvial. Ahora tú eres el depredador, me decía Pablito
con una sonrisa. Claro, que la víctima se defendía apretando sus
tenazas y me obsequiba con unos buenos pellizcos, por abusón. Me
costó aprender a defenderme. El caso es que al cabo de un rato
teníamos ya unas cuantas docenas, así es como se cuentan, y ya
soñabamos con meterlos en la cazuela. Pero no contábamos, al menos
yo, con el último peligro. Chavales, ¿qué? ¿de pesca? Era el
guarda de río que patrullaba en busca de furtivos. Me quedé
paralizado mirando a ver dónde tenía Pablito la bolsa de plático
amarillo donde guardábamos las capturas. No, respondió mi amigo,
estamos refrescándonos los pies y eso, que yo sepa, no está
prohibido. El guarda nos escrutó uno a uno, nos hizo vaciar los
bolsillos y encima se mofó de nosotros. El que esconda cangrejos en
los calzoncillos va a gritar enseguida. Nadie gritó y nos dejó ir.
En la primera curva salimos todos corriendo, menos Pablito. ¡Eh,
esperad, joder! Y nos contó que siempre deja la bolsa escondida
entre unos juncos para volver a recogerla cuando la autoridad
desaparece. Y ¿quién te ha enseñado a ser tan listo? Son las cosas
que oigo contar a mi tío Floren, el guarda que has conocido. ¡Ah! Y
no te olvides, me recomendó, en estas cosas pasas de depredador a
depredado en dos minutos, sobre todo los de ciudad, que estáis
alelados.
_____ o _____
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