6 ago 2018

Fútbol de bronce

En el campo de fútbol de mi pueblo, todos los espectadores tienen que estar sentados, hasta los niños. Dicen que es cuestión de seguridad. Mi padre me cuenta que cuando él era niño todos los pequeños se sentaban en la tapia circundante sin ocupar ningún asiento y que, lógico, era gratis. Cuenta que su hermano, Gentito, pasó de la tapia al campo en muy pocos años y que ahora es el mejor extremo izquierdo del equipo, aunque es muy veterano ya. Es muy bueno y yo grito mucho cuando mete un gol. En esta temporada ya lleva 10. El caso es que yo, con 8 años, tengo que estar sentado y pagar. La culpa la tuvo, Joselito, me dice mi padre, que un día se cayó de espaldas desde la tapia y se quedó un poco inválido. Hoy es el utillero del equipo y todos le aplaudimos cuando saca los balones al campo. Me he enterado en la escuela que todo ocurrió un día que Gentito, mi tío, falló un penalti y le dio un balonazo a Joselito, que acabó desmayado al otro lado de la tapia. Pero de esto no me habla mi padre. Será que todavía soy pequeño.
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